miércoles, 27 de junio de 2012

ME PERMITO COMPARTIR A Norma SEGADES, colega poeta y escritora y recomiendo seguir sus magnificas obras..........BENDICIONES NORMITA.



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    Muchas gracias.

    REBELDE.
    Libro Vitrales en tinieblas

    Nunca ha experimentado tanto miedo.
    No puede despedirlo.
    Aunque brinque, respingue, corcovee. Deslice su arrebato por la tierra.
    Ya puede dar extrañas volteretas. Abalanzarse. Reiterar manotazos en el aire. Arrojar la dureza de sus coces. Sentarse de improviso con la cabeza gacha entre los remos.
    Apenas puede respirar de espanto. Y está blanda de espumas y sudores.
    Sin embargo, insiste en dar cabriolas. Desviaciones. Extravíos dementes.
    Porque en la resistencia reside su tremenda rebeldía.
    Siente, desde lo atávico, que el instinto la arrastra a la agonía de sentir su albedrío esclavizado por el cabalgador de la llanura. El hombre de las pampas.
    Desde la protección de los corrales, las otras yeguas miran. Con las pupilas mansas. Mientras trituran, lento, sus raciones precisas y puntuales.
    Pero ella está tallada en la bravura. Se niega a tener amo. No necesita de otros derroteros que no sean aguadas o pasturas. Voluntad o distancia.
    La impotencia le cierra los ollares. Pero tributa toda su energía en la vitalidad de los tendones. Y se debate a muerte. Sublevada. Indómita. Cerril. Ingobernable.
    Insiste en el coraje porque recuerda que hace apenas horas era dueña del viento en la cañada. Que el soplo sin sosiego suspendía la textura dorada de sus crines, el porte de su cola.
    Muerde con odio el freno, el filete de cuero que le cruza la boca. Y la denigra. La hiere. La deshonra.
    Por un instante duda. Se apacigua. Logra que el hombre crea en el cansancio. En el sometimiento. En la transpiración que se desliza por la musculatura de los flancos.
    Entonces, decidida, temeraria, encabrita su urgencia en la delgada grupa del crepúsculo. Despliega la vehemencia del galope con el que cruza la extensión del campo. Escinde con su rostro la longitud del vértigo.
    Ella misma es la brisa y el camino. La extensión de su paso. El desnudo batir de las pezuñas contra el parche del llano.
    Funda la antigua danza de las hembras que eligieron ser díscolas, salvajes.
    Pero el hombre no ceja, no claudica. El hombre se apasiona ante su audacia. Porque en la lucha gana la destreza. Y el poder acentúa la victoria. Y la conquista es más que los trofeos. Mucho más que el dinero y las lisonjas.
    Ninguno ha de ceder. Ya estaba escrito.
    Por orgullo, principios, convicciones. O determinaciones de la sangre que libera preceptos en sus venas.
    Ambos están dispuestos. Decididos. Jugados. Vida o muerte. Todo o nada.
    A lo lejos, al fondo del potrero, como sombra y apoyo para el rancho, el ombú se dibuja, solitario. Retorcido el ramaje que remonta hacia el cielo la doliente plegaria de sus jugos. Despeinada la verde cabellera de sus hojas cubiertas por el polvo. Disperso a flor del suelo todo el ramal de riendas y raíces con que intenta domar el territorio.
    Es el momento exacto en que decide embriagarse de viento en los ollares. Entregarse al galope con las pupilas ciegas. Desatado el instinto, la memoria salvaje de sus ansias.
    Relinchos, alaridos y agonías clausuran los finales de la tarde, cuando los cuerpos colisionan, bruscos, en esa inmolación deliberada contra la piel rugosa de la especie que no llega a ser árbol.

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